Mi amor, mi querido o querida, usted no llega a ocupar un lugar vacío sino uno que se crea con su llegada. Así de raro y bueno. ¿Cómo lo recibimos? ¿Con las Variaciones Goldberg por Glenn Gould? ¿Cantando “Se me perdió la cadenita”, bien cumbia? ¿Con un abuelo al que le gustaba Aretha Franklin? ¿Con un tío que no conoció a Los Beatles? ¿En una calle sin nombre? ¿En una casa con puerta? En un hospital, en el campo, en una casa. Después de muchas contracciones, sin haber sido esperada, o sin esfuerzo alguno. Por un pelo, encima de un taxi. En un cerro alejado. De noche, a la tarde. Lejos del mar. Cerca tuyo. Pegado y despegado de tu mamá. Con padre al lado, sin papá. Mi lucecita, mi bendición. Bajo la luz de una sola bombilla, en el barrio más exclusivo, por un minuto más por un minuto menos, quinta hija, primer nieto, pura novedad. Esperemos que dando lo mejor de cada uno; pero usted corrija con confianza, y a su tiempo y su manera, y esperemos que dando lo mejor de usted cuando eso sea. Cantando o en silencio. Mire, milagrito, la cosa empezó hace rato, ¿usted tiene tiempo? Con partera o a solas. Con amor o con un hueco de alas. Con Mozart o Jamaica, Cesaria Evora o Portugal, con Einstein o agua de lluvia, con gaitas o arroz, o turrón, almendras, nuez, frutas, sopa, bambú o celular, pastas, manteca, un poco de harina. Aromando el hogar. Con flores de pan recién horneado. Té.
Como sea: bienvenido a llenar un lugar que no existía.
Luis Pescetti